Mis padres no nacieron en Europa. Tampoco mis abuelos. Vengo de una típica familia Sefaradí. Del lado materno mis ancestros vienen de Siria. Y del lado paterno de Marruecos. Ninguno de mis parientes fue enviado a un campo de concentración. Ninguno de ellos falleció en una cámara de gas. Mis padres, mis hermanas y yo, todos hemos nacido en la Argentina. No vivimos la experiencia de la Shoah.
Aprendí sobre la Shoah en la escuela a la que asistí en mi ciudad natal, Buenos Aires, Bet-Sefer Talpiot. Cada año nos hacían mirar unos horribles documentales en blanco y negro. Así mis compañeros y yo aprendimos sobre los trenes de la muerte, los cadáveres, los crematorios, las cámaras de gas. Y nunca me voy a olvidar de aquel documental que mostraba a un grupo de niños de edad escolar, acompañados de un maestro, ingresar inocentemente a un camion del ejercito aleman, del cual nunca salieron vivos. Lloré. Bueno, todos lloramos…. por el horror que sufrieron nuestros hermanos y hermanas. Por los ancianos y por los niños. Todos brutalmente asesinado por los nazis, yemaj shemam …
Pero lo que más recuerdo y lo que hizo que mi experiencia de la Shoah se transformara en algo «personal» ocurrió el año que nuestro director, el Sr. Eliezer Shlomowitz, invitó a un sobreviviente del Holocausto a hablar con nosotros (era probablemente 1977). Hay que tener en cuenta que en ese tiempo no era habitual que los sobrevivientes de la Shoah hablaran en las escuelas.
Si bien recuerdo vívidamente lo que dijo, me avergüenza confesar que no recuerdo su nombre. O si creyó necesario mencionarlo. Después de contarnos su dolorosa historia personal, cómo perdió a sus padres, a sus hermanitos y practicante a todos sus seres queridos y cómo pudo escapar de Auschwitz, este hombre de una edad avanzada nos dijo mas o menos esto:
Cuando terminó de hablar me acerqué a él. Y me obligué a mirar sus ojos. Eran ojos pequeños, grises, tristes, fatigados y apagados. Había algo vacío y ausente en esa mirada. Les faltaba «vida». Y allí fue cuando me di cuenta que en los cansados ojos de ese anciano habia presenciado un reflejo, o una una oscura sombra, del horror de la Shoah. Desde entonces me convertí en un testigo. Y la Shoah se convirtió en parte de mi experiencia personal.
No olvidemos. Ni permitamos que se olvide.