El siguiente texto es la traducción de una parte del libro «La rebelión y la destrucción», que narra la historia de la insurgencia judía contra el Imperio Romano. El libro fue escrito por el profesor Jagui Ben Artzí, de la Universidad de Bar Ilan. Ben Artzi es cuñado del primer ministro de Israel, Biniamín Netanyahu.
El emperador Adriano ascendió al trono tras la muerte de Trajano (117 EC).
Adriano había sido uno de los comandantes en el ejército de Trajano y Llegó a la conclusión de que su dominio no se establecería sin la represión definitiva y absoluta del pueblo judío.
Para lograr su objetivo, decidió completar lo que Tito había comenzado.
Después de la destrucción del segundo Templo , 70 e la era común, Jerusalem quedó en ruinas y el Monte del Templo desolado. En la fortaleza de la Puerta de Yafo, al oeste de la ciudad, se acantonó la décima legión, cuya función era impedir que los judíos regresaran a la ciudad y la reconstruyeran.
A los judíos solo se les permitió visitar Jerusalem para lamentar su destrucción.
Durante su visita a Eretz Israel, Adriano ordenó construir una ciudad romana pagana sobre las ruinas de Jerusalem.
En el centro de la ciudad, sobre el Monte del Templo, ordenó erigir un templo a Júpiter, donde se colocaría una estatua suya como uno de los dioses.
Llamó a la nueva ciudad «Aelia Capitolina», por su propio nombre (Aelius Hadrianus) y por el de Júpiter Capitolino.
Para borrar todo vestigio del pasado judío de Jerusalem, ordenó arar la ciudad y eliminar los restos que aún quedaban.
Y para completar el borrado del pasado judío, cambió el nombre de Eretz Israel de «Yehudá» (la tierra de los judíos) a «Palestina» (la tierra de los filisteos).
La fundación de Aelia Capitolina causó un profundo impacto en todo el mundo judío.
Mientras Jerusalem estuviera en ruinas, no se apagaba la esperanza de reconstruirla y restaurar su Templo —pero ahora todo se había terminado .…
Fue como si una enorme daga se clavara en el corazón de la nación. Pero el corazón del pueblo judío no aceptó la derrota.
Adriano cruzó mas aun los limites con un decreto adicional: prohibió mediante un edicto imperial la circuncisión y aplicó la pena de muerte a quien circuncidara a su hijo.
Él sabía que sin el brit milá, el pueblo judío perdería su identidad y su carácter único.
El creía que el pueblo judío golpeado y quebrado se rendiría, aceptaría los decretos y se asimilaría entre los pueblos del Imperio. Pero el pueblo judío no se rindió, no levantó las manos, y no aceptó los decretos.
Los judíos de Eretz Israel se levantaron en una nueva rebelión contra el Imperio Romano alrededor del año 130 de la era común .
Esta fue la tercera rebelión contra los romanos en sesenta años y la novena en doscientos años —desde la conquista de Jerusalem por Pompeyo.
A la cabeza de la rebelión estaba Shimón ben Kusba, a quien Rabí Akiva llamó «Bar Kojbá».
Rabí Akiva lo vio como el Mashiaj de Israel y recitó sobre él el versículo: «Ha surgido una estrella desde Yaakov».
A su lado, como líder espiritual de la rebelión, se encontraba Elazar el kohen.
Esta vez, los judíos aprendieron la lección del fracaso de la Gran Rebelión, y antes de salir a la guerra hicieron una preparación fundamental.
En decenas de lugares en todo el país se excavaron sistemas de refugio sofisticados, donde se almacenaron armas, agua y alimentos.
Decenas de miles de soldados fueron reclutados, pasaron una rigurosa selección y entrenamiento agotador. Solo tras finalizar los preparativos, el ejército de Bar Kojba salió a la gran guerra.
En la primera etapa de la campaña, los rebeldes atacaron el campamento de la décima legión en Jerusalem, dispersaron a sus soldados y liberaron la ciudad.
Ese fue el primer objetivo de la rebelión: impedir la construcción de la ciudad pagana Aelia Capitolina.
En honor a su victoria, los rebeldes acuñaron monedas con los nombres de los líderes de la rebelión – Shimón y Elazar – y la inscripción: “Por la libertad de Jerusalem”.
En las monedas aparece el frente del Templo y sobre él una estrella, aparentemente símbolo de Bar Kojba.
Estas monedas no solo indican la liberación de Jerusalem y la expulsión del ejército romano, sino también la preparación para la reconstrucción del Beit Hamikdash.
Algunos investigadores estiman que, en memoria de la liberación de Jerusalem por parte de los rebeldes, se estableció el 33 del Omer – 18 de Iyar – como un día festivo y de agradecimiento para las generaciones.
El gobernador romano, Tinnius Rufus – conocido en la literatura de Jazal como Turnus Rufus HaRashá – llamó en su ayuda a legiones acantonadas en Egipto.
Pero los rebeldes también lograron derrotar ese refuerzo.
Al parecer, la victoria sobre las legiones romanas fue tan grande, que la legión 22 fue completamente destruida y ya no aparece en los registros imperiales.
Los rebeldes lograron esta victoria tanto gracias a sus sólidos preparativos como a los sistemas de escondite desde los cuales sorprendieron al ejército romano.
El éxito de la rebelión judía y la destrucción de las legiones provocaron agitación en todo el Imperio.
Adriano comprendió que debía traer todo el ejército romano y a sus mejores comandantes para reprimir la rebelión.
Convocó desde Britania a Julio Severo, quien concentró en Eretz Israel un gran ejército.
Además de las dos legiones acantonadas en el país – la sexta y la décima – se trajeron legiones de Siria, Cirenaica, Arabia, Capadocia y Egipto.
También se enviaron 33 unidades auxiliares, incluyendo 25 cohortes de infantería y 8 de caballería.
Julio Severo desplegó este enorme ejército alrededor del territorio liberado por los rebeldes – desde las montañas de Bet El en el norte hasta Hebrón en el sur, desde el mar Muerto y el valle de Yerijó en el este hasta la llanura de Lod en el oeste.
El ejército romano no se arriesgó en grandes batallas contra el ejército de Bar Kojba, sino que avanzó lentamente de aldea en aldea y de posición en posición.
Según el historiador romano Dion Casio, durante dos años de guerra cuidadosa y calculada, el ejército romano logró apoderarse de cincuenta fortalezas del ejército rebelde y destruir 985 aldeas y asentamientos judíos.
Es probable que los romanos lograran vencer los sistemas de escondite arrojando antorchas por los conductos de ventilación, obligando a los rebeldes a salir por el humo que llenaba las cavernas subterráneas.
Tras la caída de Jerusalem en manos del ejército romano, los rebeldes se retiraron a la ciudad de Betar, al suroeste de Jerusalem.
Betar fue fortificada durante la rebelión con una muralla fuerte y torres altas, y en su flanco sur se excavó un foso lleno de agua proveniente de manantiales circundantes.
Julio Severo rodeó la ciudad con su ejército y construyó un muro de asedio de cuatro kilómetros para evitar refuerzos a los sitiados.
Aquí también el ejército romano se vio obligado a enfrentar duras batallas contra los rebeldes, que a veces salían de la ciudad y destruían las rampas romanas.
Tras un prolongado asedio, los romanos lograron llenar el foso y abrir brechas en las murallas de la ciudad.
En Tishá BeAv – el mismo día en que fueron destruidos el Primer y Segundo Templo – cayó Betar (135 EC).
Como venganza por sus grandes pérdidas durante la represión de la rebelión, los romanos perpetraron una masacre terrible contra toda la población judía de la ciudad – ningún sobreviviente quedó con vida.
Así terminó la rebelión de Bar Kojba.
Fue la más grande de todas, pero también la de las consecuencias más devastadoras.
Según Dion Casio, durante la rebelión fueron asesinados quinientos ochenta mil judíos, «y el número de muertos por hambre, pestes e incendios no se podía determinar».
Decenas de miles fueron vendidos como esclavos en los mercados del Imperio, y el precio de un esclavo judío bajó tanto que equivalía al valor de una ración diaria de alimento para un caballo.
También nuestros Jajamim, de bendita memoria, describen la magnitud inconcebible de la matanza que acompañó la represión de la rebelión, y testifican que el mar de Eretz Israel se tiñó de rojo con la sangre de los muertos hasta una distancia de cuatro millas desde la costa.
La destrucción fue tan grande que, según Dion Casio, «como resultado de la rebelión, casi toda la tierra de Yehudá quedó despoblada».
Pero también el ejército romano sufrió grandes pérdidas: legiones enteras fueron destruidas y disueltas, y la más destacada fue la legión 22.
Cuando Adriano regresó a Roma, no se le realizó la tradicional procesión triunfal. En su discurso ante el Senado, no usó la fórmula habitual: «Para mí y para mis legiones, paz».
Fue la primera vez en la historia del Imperio que se omitió esta declaración de victoria.
Para cumplir su objetivo de aniquilar al pueblo judío, Adriano no se conformó con el decreto de prohibición del brit milá ni con la construcción de Aelia Capitolina, que precedieron al estallido de la rebelión.
Impuso duras prohibiciones religiosas – conocidas como «decretos de exterminio» – encabezadas por la prohibición de enseñar y estudiar Torá.
Sin Torá, el pueblo judío desaparecería.
Pero una vez más, el pueblo judío no se rindió.
Los Jajamim de Israel – encabezados por Rabí Akiva y Rabí Janina ben Teradion – continuaron congregando comunidades y enseñando Torá en público.
La furia de Adriano no conocía límites: ordenó llevar a los grandes Jajamim de Israel a Cesarea y ejecutarlos allí públicamente ante una multitud que festejaba.
Así murieron por santificación del Nombre Rabí Akiva y sus compañeros – los Diez Mártires del Reino – quienes incluso en sus últimos momentos proclamaron:
»Shemá Israel, HaShem Elokeinu, HaShem Ejad».
¡Pero el pueblo judío venció!
Tres años después de la caída de Betar, Adriano murió en medio de grandes sufrimientos, y fue sucedido en el trono imperial por Antonino Pío (138 EC).
Él trajo un espíritu de reconciliación hacia el pueblo judío.
Comprendió que no tenía sentido continuar la guerra contra los judíos, ya que jamás se rendirían, y el Imperio seguiría sufriendo pérdidas, incluso de legiones enteras.
Por decreto imperial, revocó todas las prohibiciones impuestas por Adriano, incluyendo el decreto del brit milá.
Una vez más, los judíos pudieron estudiar Torá y circuncidar a sus hijos sin temor.
Declaró que la religión judía no solo era permitida, sino protegida.
»Quien dañe a un judío o le impida cumplir las mitsvot de su religión, será severamente castigado por el emperador».
Así expresó Antonino Pío su protección sobre los judíos y permitió al pueblo judío en Eretz Israel reconstruirse, tanto en lo material como en lo religioso.
La política conciliadora de Antonino fue continuada por los emperadores que lo sucedieron, tanto de la dinastía Antonina como de la dinastía Severa.
El centro espiritual del pueblo pasó de Yehudá a la región de la Galilea – primero a Usha y Shefar’am, luego a Bet Shearim y Tzipori.
Allí, Rabí Yehudá Hanasi – amigo y protegido del emperador – compiló la Mishná, el libro fundamental de la Torá Oral.
Sus discípulos continuaron su obra y redactaron la Tosefta, el Midrash y el Talmud Yerushalmí, gracias a los cuales se preservó la Torá de Israel.
Tras casi dos mil años de exilio y dispersión – durante los cuales el pueblo judío mantuvo su identidad y su Torá – el pueblo regresó a su antigua patria, por la cual luchó con valentía sobrehumana y entrega sin límites.
Aquí estableció su Estado independiente, donde se renovó su libertad nacional.
Tras la fundación del Estado, se organizó una expedición de arqueólogos encabezada por el profesor Yigael Yadin hacia el desierto de Yehudá, con el fin de buscar los restos de los sobrevivientes de la rebelión de Bar Kojba.
Allí se habían refugiado del terrible exterminio y se habían ocultado en las cuevas del desierto.
Pero los romanos no los dejaron en paz: levantaron campamentos de asedio alrededor de las cuevas.
También allí, los rebeldes no se rindieron y prefirieron morir de hambre y sed antes que caer en manos de los crueles romanos.
Con gran emoción, la expedición descubrió restos de los rebeldes – huesos, utensilios, fragmentos de ropas y restos de alimentos.
Los restos óseos de los rebeldes fueron llevados a sepultura en un funeral estatal solemne y conmovedor.
Pero el hallazgo más importante fue la colección de cartas de Bar Kojba – Shimón ben Kusba en su nombre original – donde escribía a sus comandantes y soldados.
En plena guerra, se preocupaba por suministrar los Arbaat HaMinim – etrogim, lulavim, aravot y hadasim – a sus soldados para la festividad de Sucot.
También se descubrieron restos de rollos, con capítulos del Tanaj, que los rebeldes usaban para estudiar Torá y rezar.
Un capítulo sobrevivió casi completo – Tehilim capítulo 15:
(1) Salmo de David: ¿Quién habitará en Tu tienda, HaShem? ¿Quién morará en Tu monte sagrado?
(2) El que camina con integridad, obra con justicia y habla verdad en su corazón.
(3) El que no calumnia con su lengua, no hace mal a su prójimo, ni arroja oprobio contra su vecino.
(4) Aquel a cuyos ojos el malvado es despreciado, pero honra a los que temen a HaShem; quien aun jurando para mal, no cambia.
(5) Quien no da su dinero con usura, ni acepta soborno contra el inocente. El que se comporta de esta manera, nunca caerá.