martes, abril 23, 2024
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De Napoleon Bonaparte a Teodoro Herzl

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En unos días celebraremos Yom HaAtzmaut, el día de la independencia de Israel.  En los próximos días quiero contarles un poco la historia del Sionismo moderno, y cómo fue que muchos judíos, a pesar de no ser observantes fueron parte del milagroso establecimiento del Estado de Israel.   Al conocer más lo que ocurrió en el pasado seremos más conscientes de nuestro increíble privilegio y celebraremos con una mayor gratitud a HaShem el milagro de la existencia del Estado judío. 

NAPOLEON Y LOS JUDÍOS

Para comprender el impacto del Sionismo en la historia moderna judía debemos remontarnos a los tiempos de la revolución Francesa en 1789.  En la famosa “Declaración de los derechos de los hombres y de los ciudadanos” Francia declaraba por primera vez la libertad de culto, algo que hoy nos parece lo más natural, pero en esos tiempos era un evento sin precedentes.  Unos años más tarde el famoso Napoleón Bonaparte designó al judaísmo como una de las religiones oficiales de Francia y concedió oficialmente a los judíos el derecho a la ciudadania francesa. Hasta ese entonces los judíos eran “tolerados” como una minoría non-grata, eran discriminados y no tenían acceso a la educación o al ejercicio de las profesiones más comunes.    

Este gran gesto de Napoleón, sin embargo, no fue gratuito.  Napoleón demandó de los judíos algún tipo de “sacrificio” formal. Los judíos debían comprometerse a adoptar las leyes y la constitución francesa, como su máxima autoridad, tal como lo hacían todos los demás ciudadanos. Para hacer oficial esta declaración por parte de los judíos, Napoleón ordenó crear una nueva institución, el Gran Sanhedrín,  que sería el portavoz oficial de los 40.000 judíos franceses.   

EL GRAN SANHEDRIN

Este Sanhedrin se formó con 71 notables del pueblo judío, la mayoría rabinos. El Sanhedrin tuvo su primera reunion oficial el 9 de Febrero de 1807. El Sanhedrín tuvo que tomar decisiones muy difíciles para que no hubiera un conflicto entre la ley judía y la ley francesa. Por ejemplo, en los temas civiles.  Unos ejemplos: La poligamia, que ya no se aplicaba desde Rabenu Guershom, quedo formalmente prohibida. Para que un hombre judío divorciado religiosamente (guet) pudiera casarse de nuevo, debe  mediar un divorcio civil. Los casamientos civiles estarían reconocidos, incluso un matrimonio mixto. Pero lo más importante para nuestro tema, y para Napoleón, fueron las decisiones políticas que el Sanhedrin tuvo que adoptar: Los judíos consideraban ahora a Francia como su única madre patria, a la que amarían y protegerían, incluso con las armas si fuera necesario.  Los judíos,  ahora emancipados,  “ya no formaban parte de una nación” aparte sino de Francia; y al aceptar la ciudadanía francesa de hecho “renunciaban a su aspiración de un éxodo colectivo hacia la tierra prometida”.

¿EL ULTIMO ANTIDOTO A LA ASIMILACION?

El Rabino e historiador Berel Wein explica que Napoleón estaba interesado principalmente en ver a los judíos asimilarse: «La tolerancia externa y la imparcialidad de Napoleón hacia los judíos se basó en realidad en su gran plan para que los judíos desaparecieran por completo mediante la asimilación, los matrimonios mixtos y la conversión”.  Y el plan de Napoleón parecía que iba a funcionar a la perfección.  De hecho, decenas miles de judíos dejaron la práctica religiosa, se asimilaban, y en muchos casos se convertían al catolicismo.  Todo para ser completamente aceptados.  Pero hubo un elemento que Napoleón no tomó en cuenta en su plan: el profundo antisemitismo europeo. Durante más de mil años los judíos fueron acusados de ser el pueblo deicida (que mató a Yeshú); de envenenar los pozos de agua para matar a inocentes cristianos, y ser parásitos (ya que no trabajaban un día la semana), etc. Estos prejuicios antisemitas no se borraron con la revolución francesa.    En este sentido, como lo explicó el Rab Kuk, el antisemitismo representó el último recurso “Providencial”  que evitó la asimilación y la desaparición total del pueblo de Israel. 

EL CASO DREYFUS

Uno de los mejores ejemplos del rechazo social a los judíos, por más leales que estos fueran a su patria, lo representa el caso del capitán Dreyfus. Alfred Dreyfus era un judío francés patriota. Desde muy joven ingresó al ejercito francés donde hizo una gran carrera militar.  En 1894 los franceses descubren que había cierta información clasificada que estaba llegando al lado enemigo: Alemania.  El acusado fue Dreyfus. Las evidencias en su contra eran muy débiles, pero Dreyfus ya había sido encontrado culpable por su condición de judío. El pueblo francés ya lo había condenado en las calles gritando: ¡Muerte a Dreyfus! ¡Muerte a los judíos!.    El teniente coronel Georges Picquart descubrió que el verdadero espía era Ferdinand Esterhazy, y que Dreyfus era inocente. Pero los altos mandos tenían ya al “culpable perfecto”, que los franceses ya habían aceptado. Le ordenaron a Picquart guardar silencio y ante su negativa lo enviaron a una base militar en Túnez.  Dreyfus fue acusado de traición, fue degradado militarmente, humillado y enviado al la famosa “Isla del Diablo”, una penitenciaría donde los prisioneros eran enviados a morir.  Al final Dreyfus fue exonerado. Pero el caso Dreyfus dejó su huella.  

A los judíos de Europa occidental les llevó prácticamente un siglo aprender la lección: Abandonar el judaísmo o la idea de “pueblo judío”, o la aspiración de regresar a la tierra prometida no sirvió para que los judíos fueran aceptados como ciudadanos franceses comunes.  Sin importar cuánto hicieran para ser más franceses que los franceses, a los ojos de los gentiles, «no pertenecían a la sociedad francesa» .

Un joven abogado judío austriaco quedó muy impactado con el caso Dreyfus. Se dio cuenta que la asimilación no había funcionado para  eliminar el antisemitismo y tuvo una visión que, aunque secular, fue profética. Bíblica. Ese joven era Teodoro Herzl. Y su vision: un estado judío. 

Continuará

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