PRINCIPIO 6: La escuela de Profetas

Estamos explicando el 6to principio de la fe judía: Di-s se comunica con los hombres a través de la profecía.
Ayer dijimos cuáles son los tres requisitos para que una persona pueda ser candidato a recibir la profecía (ver aquí). Comentamos que más allá de ser un hombre (o una mujer, ya que hubieron 7 profetizas en Am Israel)  temeroso de Di-s, y en total control de sus impulsos físicos y psicológicos, el profeta tenía que ajustar su mente a la realidad de Di-s, dejando de lado lo habitual y lo material. El aspirante a profeta se debía comportar como si fuera «absolutamente rico», es decir, con un total desinterés por acumular más posesiones materiales. Y obviamente, una mente que esperaba recibir un mensaje de Di-s, no podía distraerse con actividades mundanas.
Parafraseando al Rab Jaim Pereira-Mendes: «Los profetas eran hombres dedicados a la oración. Su principal ocupación era la conexión espiritual con Dios y la meditación constante en Sus palabras… todo esto combinado con una conducta moral intachable…  así se disponían los hombres y mujeres de la Biblia a recibir la inspiración o los mensajes divinos (a esta preparación se la conoce en hebreo como התנבאות). Así como la consecuencia del ejercicio físico es el desarrollo de una mayor posibilidad física, estos ejercicios mentales resultaban en un desarrollo espiritual superior, y el candidato a Profeta alcanzaba por lo tanto mayores posibilidades espirituales.»
De acuerdo con nuestra tradición había escuelas para la formación de profetas, como la establecida por el profeta Shemuel. Los estudiantes de estas escuelas eran llamados «bene hanebi-im  (בני הנביאים), es decir, «aprendices de profetas». En esa escuela se preparaban para alcanzar el nivel de comportamiento y comprensión que les permitiría renunciar a la ambición material,  adquirir la fuerza para controlar los impulsos y alcanzar la humildad, que es la clave de la sabiduría. Según algunos ge-onim, los aspirantes a Profetas también se entrenaban en técnicas que hoy llamaríamos «meditación», es decir, control y concentración mental para «tolerar» la profundísima experiencia de absorber una visión que viene directamente de HaShem, un esfuerzo mental indescriptible, que como dice Maimónides, dejaba a los profetas exhaustos. (Si el lector está interesado en saber más acerca del fascinante mundo de la profecía, le recomendaría leer al Rab Aryeh Kaplan, z»l, especialmente el libro «Inner Space: Introduction to Kabbalah, Meditation and Prophecy»).
Cuando una persona lograba perfeccionar su carácter, su mente y su espíritu en los más altos niveles, estaba preparado entonces para recibir la profecía. Y trataba de meditar y «sintonizar» su pensamiento con la palabra de HaShem (a esta actividad se la llama en la Torá מתנבאים, אֶלְדָּד וּמֵידָד מִתְנַבְּאִים בַּמַּחֲנֶה).
Pero aún así, no existía ninguna garantía de que el aprendiz de profeta necesariamente recibiera la profecía. De alguna manera recibir el mensaje profético se podría comparar con recibir un llamado telefónico de HaShem. Y la perfección de carácter alcanzada por el aspirante a Profeta se podría comparar con tener un teléfono celular. Obviamente, si uno no tiene teléfono, no podrá recibir esa llamada. Pero por el otro lado, el hecho de que alguien tuviera el aparato telefónico activado y sintonizado en la frecuencia Divina no garantizaba que recibiera ese llamado. Esa persona era un receptor potencial de la llamada de Di-s. Pero la decision final de llamar o no llamar es prerrogativa de HaShem.



PRINCIPIO 6. ¿Quién puede ser un profeta?

Comenzaremos hoy a explicar el 6to principio de la fe judía: Di-s se comunica con los hombres a través de la profecía. 
Como introducción a este fascinante tema, veremos en primer lugar cuáles son los requisitos para ser un candidato a la profecía. 

 

Los profetas de Israel fueron seres humanos excepcionales. Llamados por Dios para reencauzar (teshubá) al pueblo judío y / o a sus gobernantes. Para merecer esta delicada misión, los profetas tenían que ser individuos modelo, y poseer un carácter extremadamente refinado.

 

Maimónides explica que al profeta se lo podia reconocer porque poseía 3 características son la condición sin a qua nonpara ser candidato a recibir la visión profética. El poseer esas 3 características, sin embargo, no garantizaba que este individuo recibiera el llamado de HaShem (=profecía, en hebreo נבואה). HaShem se comunicaría o no con él, si así lo quería o si HaShem consideraba que este individuo podía inspirar al pueblo de Israel a hacer Teshubá.

 

Las 3 características del profeta son:  Fortaleza, sabiduría y riqueza material   (חכם, גיבור, עשיר).

 

En su comentario a la Mishná Maimónides explica a qué se refiere cada una de estas virtudes.

 

FORTALEZA: Esto no significa que el candidato a profeta fuera capaz de vencer a todos los hombres contra quien luchara. «Fortaleza» significa que el candidato a profeta debe ser capaz de dominarse a sí mismo. Controlar, y si es necesario vencer sus impulsos físicos. Esta fortaleza emocional debía manifestarse principalmente en las 3 siguientes areas:  a)Los impulsos más básicos como la comida y la sexualidad. El profeta, como cualquier otro Yehudí, no tenía que eliminar estos impulsos, sino encauzarlos. Es decir, darles el lugar, el tiempo y las formas que corresponde. Y resistirlos cuando no corresponde. b) Luego están los instintos un poco más difíciles de dominar. Estos son impulsos más sicológicos que físicos, y a diferencia de los dos primeros, no los compartimos con los animales. Me refiero especialmente a hablar. Controlar lo que uno dice. Por ejemplo: leshón hará, chismes, palabras ofensivas, vanidades, etc. Y también lo que uno ve, ya que lo que miramos afecta lo que pensamos. c)Finalmente, el area más difícil de dominar es el pensamiento.  El candidato a profeta debía ser capaz de controlar su mente. Poder alcanzar una concentración perfecta. Abstraerse de distracciones. Si un hombre no era capaz de fijar su pensamiento y  enfocarse totalmente en Di-s, no podría recibir Su profecía.

 

SABIDURIA: La sabiduría no consiste en saberlo todo, sino en buscar aprender de todos.  El candidato a profeta es un ser humano que nunca siente que ya no tiene más que aprender. Nunca se gradúa.  Está en un constante crecimiento intelectual y espiritual. Su sed de conocimiento se concentra particularmente en el area de Torá. El candidato a profeta quiere saber más de haShem ( ידיעת ה’). Saber más de sus obras. De su voluntad. De Su sabiduría. Quiere descubrirlo. Y a medida que la experiencia de su vida lo enriquece, el candidato a profeta llega a nuevos niveles de comprensión. Se supera a sí mismo. Evoluciona. Por ejemplo: a medida que nuestra certeza sobre la existencia de Di-s crece, nuestra percepción de la realidad que nos rodea, cambia.  Cuanto más seguros estamos de Su existencia, menos nos importan las distracciones materiales, y viceversa.
«Sabiduría» es lo contrario de «estancamiento», intelectual y espiritual.

 

RIQUEZA: Finalmente, el candidato a recibir la profecía debe ser un hombre «materialmente» rico. No debe faltarle dinero. Es decir, debe tener todas sus necesidades y ambiciones materiales cubiertas. «Rico» es aquel que no necesita más de lo que ya tiene. Sin importar cuánto tiene. En el judaísmo, la riqueza no se mide por lo que uno tiene sino por lo que uno necesita. Un candidato a profeta se consideraba rico aunque tuviera sólo un capital total de 100 pesos, si no necesitaba más que esos 100 pesos. Mientras que otra candidato sería considerado «pobre» aunque tuviera un millón si quería o «necesitaba» tener dos.  La fórmula para medir la riqueza material no es: cuanto más uno tiene, más rico es. La fórmula es:  cuanto uno menos necesita, más rico es.



PRINCIPIO 5: Rezar exclusivamente a Dios (2nda Parte)

En la primera parte explicamos que uno de los 13 principios de la fe judía es que sólo le rezamos a «HaShem», Dios.  Y le rezamos a Él sin intermediarios. Es decir, no rezamos a «santos», «angeles» o «espíritus». Sólo y directamente a Di-s.
También explicamos que podemos y debemos rezar unos por otros, y esto no se considera una intermediación.
Lo que también podemos hacer es rezarle a HaShem y pedirle que escuche nuestra Tefilá por el mérito de nuestros ancestros. Generalmente invocamos el mérito de Abraham, Isaac y Ya’aqob.  Esto esta claramente declarado en la Amidá: «vezojer jasdé Abot» , HaShem recuerda, o sea, «considera a nuestro favor», el mérito de nuestros ancestros.
Lo que está considerado idolatría es cuando yo LE REZO a un humano o a un no-humano, vivo o muerto; a cualquier otra cosa o entidad que no sea HaShem.
Ilustración: HaShem hizo milagros a través de Moshé Rabenu, de Eliyahu haNabi , etc. . Ahora bien, REZARLE a Moshé, o a Eliyahu haNabi o a Rabbí Meir es una grave transgresión. No puedo decir por ejemplo: «Eiyahu haNabi, o Rabbi Meir,  por favor, respóndeme, sálvame, haz un milagro» etc. Esto seria  totalmente incorrecto.
Imagino que algunas personas pueden caer en este y otros errores similares involuntariamente a partir de una situación desesperada, en la que desean fervientemente  que sus oraciones sean escuchadas.
Y si bien, como explicaremos BH mañana, no hay ninguna garantía que nuestras oraciones sean siempre atendidas por Boré Olam a nuestro gusto,  nuestros Profetas y nuestros Sabios nos advirtieron qué hay elementos que garantizan que mis oraciones sean completamente ignoradas por HaShem, aún cuando le recemos directamente a Él.
Lo que puede causar que nuestras oraciones sean rechazadas por HaShem es nuestra mala conducta. Nadie describió este escenario de hipocresía religiosa mejor que el Profeta Yesha’ayahu, cuando dijo en nombre de Di-s: (1:15) «Cuando ustedes extienden sus manos en oración [hacia Mí], yo desviaré Mi mirada de Ustedes. Y aunque me ofreciesen multiples oraciones, NO los escucharé». Yesha’ayahu afirma que a veces HaShem no nos mira, ni escucha nuestras oraciones.  Ahora bien, ¿en qué situaciones HaShem rechaza nuestras oraciones? El final de este versículo 1:15 lo dice explícitamente. No escucharé vuestras oraciones porque «vuestras manos están llenas de sangre».  La gente era corrupta. Mataban, robaban, engañaban, sobornaban. No protegían ni a la viuda, ni al huérfano, ni a los pobres. Por el contrario: se abusaban de los más débiles, de los que no eran capaces de defenderse.  Esa mala gente venía al Bet haMiqdash después de cometer todas esas inmoralidades y se atrevían a orarle a Di-s, como si HaShem no pudiera ver lo que hacemos, o como si hubiera una total desconexión entre lo que hacemos y lo que rezamos, o como si a HaShem se lo pudiera «sobornar» con oraciones o sacrificios…  Y por esa razón HaShem los rechazaba, y NO escuchaba sus oraciones.
Yesha’ayahu haNabi les explicó: Con nuestro Di-s, no funciona de esa manera. HaShem rechaza la oración de los malvados.
Ahora bien, dijo Yesha’yahu: esa situación se puede rectificar. Y para que esta situación se revierta, y que Di-s esté dispuesto a escuchar sus oraciones,  Yesha’ayahu les dice: (1:16-17)«Purifíquense (=arrepintiéndose de vuestras malas acciones) …dejen ya de hacer el mal. Aprendan a hacer lo correcto. Busquen la justicia. Protejan a los oprimidos. Defiendan la causa del huérfano y de la viuda». Entonces HaShem va a escuchar atentamente vuestras oraciones.
Termino con las hermosas palabras de Rabbí Jaim Pereira-Mendes  (1852-1937) sobre este mismo tema: «La oración sin una conducta apropiada es peor que inútil. Es un insulto a Di-s. Nuestros profetas condenaron la oración y los sacrificios…. cuando nuestra conducta es inaceptable ante Di-s.  Las oraciones sin la conducta correcta…  fallan en su propósito. No podemos esperar que Di-s conteste nuestras oraciones a menos que practiquemos la justicia, la compasión y nos encaminemos modestamente ante Él.»
Continuará…



PRINCIPIO 5: Rezar sólo a HaShem

El quinto principio de la fe judía dice que sólo corresponde rezarle a Di-s, y uno no debe orar a nadie más que a Él. No debemos orar a un ángel, a una estrella, a una constelación o a una persona muerta o viva, aunque esa persona sea o haya sido un gran Tzadiq. Debemos orar exclusiva y directamente a Di-s. Rezar a algo o a alguien que no sea Di-s está considerado como una forma de idolatría.
También está prohibido rezarle a Di-s a través de intermediarios.  Imaginando que esos intermediarios llevarán nuestra oración a Di-s. Por ejemplo, en otras religiones uno le reza a un dios menor, a un ángel o a un líder religioso fallecido, para que ese dios menor, ese ángel o el espíritu de ese líder lleve ese oración al dios mayor.  En el judaísmo todo esto también es considerado idolatría (‘abodá zará). 
Según Maimónides, el error de la generación de Enosh (= la civilización que se desarrolló después de Adam, y que se apartó de Di-s) fue el siguiente razonamiento:  ya que Di-s creó los cuerpos celestes para servir el mundo (como el sol y la luna), y estas creaciones son «los servidores del Rey», sería apropiado alabar y honrar a los siervos del Rey, ya que así estaremos honrando indirectamente el Rey (además, creo yo, era tentador rezar a esos «servidores de Di-s» que eran visibles y parecían así más accesibles que HaShem).    Estos individuos, dice Maimónides, comenzaron a construir templos o pirámides para el sol y luna, y dedicarles tributos, pensando que así estaban honrando a Di-s.  Al final dice Maimónides, esos hombres acabaron olvidándose de HaShem y sirviendo a los astros….
Como ya explicamos, cuando uno le reza a cualquier entidad o intermediario, humano o no humano, real o imaginario, a pesar de que uno piense y declare que su finalidad es rezarle a Di-s,  se considera idolatría.
Muchas veces, las personas creen erróneamente que si sus intenciones son correctas, sus acciones no serán consideradas negativas. Pero, dada la gravedad de la prohibición de la ‘aboda zará (idolatría), un Yehudí temeroso de Di-s debe ser extremadamente cuidadoso en estos temas y orar única y directamente a HaShem. Una de las mejores formas de no incurrir en estos gravísimos errores es estudiar las leyes de ‘abodá zará .
Ahora bien: no hay que confundir la prohibición de rezarle a supuestos intermediarios de Di-s con el hecho de que alguien rece por mí.  Rezar uno por el otro no sólo no está mal, sino que es  meritorio (rezar «por» otra persona no es lo mismo que rezarle «a» otra persona).  De hecho, los judíos siempre rezamos dirigiendo nuestra oración a Di-s de una forma inclusiva: en la primera persona del plural, rezando colectivamente unos por otros. No está mal que una persona rece y pida por otros. Este tipo de «intermediación» es habitual y loable.     
El Talmud también registra innumerables casos de Talmidé Jajamim u otras personas que tenían muchos méritos, especialmente por su actos de Jesed (compasión, benevolencia) como Rabbi Janiná ben Dosá, o por su intachable integridad, como Abbá Jilquiá, a quienes los Jajamim acudían (a él y a su esposa) para que recen por ellos, en virtud de sus enormes méritos.  
Continuará…

 

Dedicado a la memoria del Capitán Ishay Rosales, de 23 años de edad, z»l. 



PRINCIPIO 4: Dios es Eterno

Como hemos comentado anteriormente, ya que Di-s no es y no tiene un cuerpo, nada relacionado con el mundo físico se puede aplicar a Él. El sueño, la vigilia, la ira y la risa, o la alegría y la tristeza, no se aplican a Él. Siempre que la Torá o los profetas hablan de Di-s de esta manera (antropomorfismo), lo hacen de una forma metafórica o alegórica. Y del mismo modo, no podemos aplicar a Di-s, los conceptos de nacimiento o final. Di-s no existe en el tiempo (o, existe independientemente del tiempo). Las ideas de principio, final o edad no se aplican a Él.
Preguntarnos «Si Di-s creó el mundo, ¿quién creó a Di-s?» sería como preguntar: «Si el panadero amasó el pan, ¿quién amasó al panadero?» El concepto de «amasar» se aplica a lo que el panadero produce, pero no por eso se podrá aplicar a la existencia del panadero. Del mismo modo, el concepto de creación no se puede aplicar al Creador.  Di-s es eterno. Y todo fue creado por Di-s de la nada, incluyendo el «tiempo», que es una de las creaciones de Di-s.
Hay un punto muy importante en el campo del debate Ciencia y Judaísmo que se desprende de este principio.  Los judíos nunca creímos en la eternidad del universo. El 4to principio de nuestra fe afirma que sólo Di-s es eterno. Maimónides (1165-1204) escribió: «Un principio fundamental de la Ley de Moisés es que el mundo fue creado por Di-s a partir de la absoluta inexistencia. Lo que observas, lector, que en repetidas ocasiones yo argumento en contra de la eternidad del mundo contra la opinión de los filósofos, es para demostrar el carácter absolutamente [Supernatural] de Su existencia, como lo he explicado y aclarado en la Guía de los Perplejos «.
¿Por qué Maimónides enfatizó esta creencia? Empezando probablemente con Aristóteles los filósofos y los científicos siempre negaron que el Universo haya tenido un principio. Decían que el universo era eterno y no había un punto de comienzo (‘olam qadmon). Esta idea comenzó a cambiar sólo en 1930, cuando Edwin Hubble descubrió que el universo se estaba expandiendo. Si el cosmos se expande, y no se mueve en círculos como se pensaba anteriormente, entonces tiene que haber tenido un «punto cero». Unos años más tarde muchos científicos llegaron a una fórmula inductiva simple que afirmaba que si retrotraemos la película de la expansión del universo inevitablemente llegaremos a un momento de inicio, al principio del universo. La más famosa hipótesis sobre este tema es el Big Bang, que en realidad, y aunque esto no se enseña en las escuelas, reafirma la idea bíblica del «principio [Bereshit] del Universo» después de 25 siglos de que la ciencia lo haya negado.
Ahora bien, cuando un científico afirma que el Universo tuvo un comienzo a partir de una «singularidad inicial de densidad infinita, que contenía la totalidad de la masa y el espacio-tiempo del universo», pero sin la intervención Divina, tendría que poder demostrar  de dónde  surgió esa singularidad. Mientras que por definición, Di-s es eterno, en términos científicos, es absolutamente necesario explicar cómo algo surgió de la nada. Esta pregunta sin respuesta posible es, sin duda, el talón de Aquiles de la teoría del Big Bang.
Una cosa más. Según el rabino Jaim Pereira-Mendes (1852-1937), la eternidad de Di-s tiene también implicaciones en nuestras expectativas sobre la justicia Divina (¿por qué las cosas malas le suceden a la gente buena? etc.). Puesto que Di-s es eterno, el castigo para los malvados o la recompensa para los justos podría tener lugar más allá de los plazos de nuestras limitadas vidas. «El conocimiento de que Di-s es eterno, especialmente cuando se combina con el conocimiento de que Él es omnipotente, nos ayuda a resolver uno de los más grandes enigmas de la vida terrenal …. ya que a menudo se observa que el hombre bueno sufre desgracias  y los malvados tienen éxito…. Pero cuando entendemos que Di-s es eterno, comprendemos que a Él se encargará a su debido tiempo y en su propia manera, en esta vida o en la vida futura, de beneficiar a los justos y castigar a los malvados… y así se resuelve este misterio y sus aparente contradicciones».



PRINCIPIO 3: ¿Cómo visualizar a Dios?

 «… שהבורא יתברך אינו גוף, ולא ישיגוהו משיגי הגוף ואין לו שום דמיון כלל».
La semana pasada comenzamos a estudiar el tercero de los 13 principios de la fe judía: «Dios no tiene cuerpo, ni se le pueden atribuir condiciones o características humanas.» 
Este punto fue en la antigüedad tanto o más revolucionario que el monoteísmo. Ya que en el mundo pagano todos los dioses eran representados con figuras humanas . Los dioses nacían, morían, peleaban, tenían apetitos insaciables y una gran sed de poder. En cierta manera, esos dioses eran concebidos a imaginen y semejanza de aquellos que los servían. Para la mentalidad pagana, un dios invisible era un dios inconcebible.
Ahora bien, la Torá varias veces habla de Dios en términos humanos. Por ejemplo, la mano de Dios; el brazo de Dios; los ojos de Dios, etc. La tradición judía explica que estas son sólo metáforas, expresiones cuya finalidad es hacer el texto Bíblico accesible aún a las mentes humanas más simples, para las cuales es muy difícil absorber conceptos abstractos.   
Existen muchas traducciones de la Torá, a todos los idiomas.  ¿Sabe Usted cuál es la traducción oficial de la Torá, de acuerdo a la tradición judía ? Es la traducción al arameo escrita por Onquelos haGuer («Onquelos el prosélito», año 35-120 de la era común), compuesta bajo la supervisión de uno de los más grandes rabinos de la época talmúdica, Rabbí Eliezer haGadol.  A esta traducción se la llama alternativamente «Targum» («la traducción», por excelencia), «Targum Onquelos» o «Targum Didán», este último nombre significa, «Nuestra traducción oficial» . 
El Targum tiene como primer objetivo decodificar los antropomorfismos, es decir, explicar a qué se refieren las expresiones que aparentemente atribuyen a Dios una imagen humana. Así, por ejemplo, el brazo de Dios se puede referir a Su poder; la mano de Dios, a Sus milagros; los ojos a Dios, a Su permanente supervision sobre los seres humanos, etc. De esta manera, y a través del Targum, los Jajamim nos enseñaron que no debemos atribuir a Di-s ninguna imagen ni semejanza humana, a pesar de las aparentes referencias Bíblicas.
Otro punto importante: en la Torá dice que HaShem creó al hombre «a Su imagen y semejanza».  La tradición judía, fiel a su rechazo al antropomorfismo, explica que la imagen y semejanza Divina que el ser humano posee no es corporal. Se refiere a que los seres humanos, a diferencia de los otros seres vivos, fuimos dotados del libre albedrío. Tenemos impulsos pero no estamos limitados a éstos, podemos dominarlos. Podemos elegir entre hacer el bien y hacer el mal. Ese poder, esa libertad moral, es la que nos hace semejantes a Di-s, que es el epítome de la libertad («Todopoderoso», que todo lo puede hacer).
En este tema queda una cuestión que muchas veces me han preguntado: Si Di-s no tiene una imagen, ¿cómo puedo pensar en Di-s cuando le rezo a Él? ¿Está mal imaginarse a Di-s?
Imaginarse o visualizar a Di-s como un angel, o un anciano o un gigante, es propio del paganismo. Esas personifcaciones son un reflejo engañoso de nuestra imaginación, que proyecta en Di-s atributos humanos a un nivel superlativo. ¿Qué hacer entonces cuando nos comunicamos con Di-s, le rezamos a Él, y de alguna manera necesitamos proyectar en nuestra mente alguna imagen?    Creo que la respuesta es muy sencilla. Cuando nos referimos a Di-s, los judíos decimos «HaShem», lo que en hebreo significa «El Nombre». Como diciendo «Aquel cuyo nombre es inefable». De aquí que si nos es imposible abstraernos, o concentrarnos sin visualizar una imagen concreta en nuestra mente, podemos visualizar el Nombre de HaShem, es decir las letras hebreas de Su nombre.
En resumen,  es un principio fundamental de la fe judía saber que Di-s no tiene ni cuerpo, ni imagen, ni semejanza alguna con lo humano.  Los atributos humanos que describe la Torá son meras metáforas, expresiones que hacen la Torá accesible a los niveles más básicos del entendimiento humano.
Es tanta la distancia entre la realidad Divina y la humana que la forma en la que el pueblo judío se refiere  Di-s es llamándolo HaShem, «El Nombre». Cuando rezamos, debemos abstraernos de proyectar , y debemos evitar que se filtre en nuestra imaginación, cualquier imagen o figura que personifique a HaShem.  Sin embargo, visualizar el nombre de HaShem, las letras hebreas de Su nombre, es una forma aceptada de pensar en Di-s. 

 




PRINCIPIO 3: ¿Cuántos ídolos destruyó Abraham?

 «… שהבורא יתברך אינו גוף, ולא ישיגוהו משיגי הגוף ואין לו שום דמיון כלל».
En esta columna semanal estamos aprendiendo los 13 principios de la fe judía.  Previamente analizamos el Principio Nro 1, que Di-s existe; y el Nro 2, que Di-s es Uno y único.  Hoy aprenderemos  el principio número 3: que Di-s no tiene cuerpo.
Así lo describe el famoso texto ANI MAAMIN: «El Creador, bendito es Su nombre, no tiene forma corporal, ni condiciones corporales que lo afecten. No se puede comparar a Di-s con nada [humano] en absoluto «.
Nuestro primer patriarca, Abraham, no sólo formuló y declaró la idea de que HaShem es «uno». También entendió que HaShem es «invisible», es decir, que no tiene cuerpo ni imagen. Y que Su existencia es categóricamente diferente a la nuestra.   Esta revelación de Abraham Abinu fue tanto o quizás más revolucionaria que la idea de la unidad de Di-s.  Para comprender mejor la magnitud de la impresionante revolución que llevó a cabo Abraham Abinu, describiré muy brevemente cómo concebían los pueblos paganos a sus dioses e ídolos.
Atribuir a Di-s una imagen, figura o incluso una condición humana se llama: «antropomorfismo» y es uno de los rasgos más característicos de las religiones paganas. Los dioses paganos poseen cuerpos de formas humanas, nacen, mueren, tienen deseos y pasiones y luchan contra otros dioses. Esos dioses, en todo sentido, fueron creados a la imagen y semejanza de los hombres que los concibieron.
Los dioses paganos no le regalaban nada a los hombres. No les importaba en absoluto de la humanidad. Poseían pasiones humanas desmesuradas. Y una crueldad sin limites por la cual, ente otras coas, los padres eran capaces de matar a sus hijos y los hijos a sus padres.  La principal preocupación de los dioses era la conspiración, guiada por una insaciable sed de poder. Tomemos como ejemplo a Zeus, el principal dios de los griegos, una civilización «muy avanzada». Zeus, era el dios más importante de los griegos. Su padre, Crono tuvo 6 hijos pero como fue advertido que uno de ellos lo destronaría se comió (sic.) a sus hijos uno por uno. Cuando llegó el turno del sexto, Zeus, su esposa Rea lo engañó y envolvió una piedra en una manta, que fue tragada por Crono pensando que estaba destruyendo a su hijo. Cuando Zeus creció decidió vengar a sus hermanos y matar a su padre. Pero antes de matarlo, lo hizo beber una poción venenosa que lo hizo regurgitar a sus hermanos.   Zeus, fue un dios absolutamente promiscuo, con pasiones desenfrenadas que no podía controlar. Hasta tuvo hijos con mujeres humanas (en realidad eran mujeres que temerosas de confesar un acto de infidelidad o violación alegaban que habían quedado embarazadas de Zeus).    Zeus se la pasaba luchando permanentemente contra aquellos que querían quitarle el poder, que no eran pocos.    Zeus, como todos los dioses paganos, estaba tan ocupado en sus aventuras, guerras y la satisfacción de sus pasiones, que no tenia tiempo y mucho menos interés en los asuntos de los seres humanos. Si Zeus desataba una tormenta no era porque tenía compasión por la humanidad y les enviaba la lluvia que tanto necesitaban. Era porque Zeus tenia que combatir a sus enemigos y los atacaba con rayos, o los ensordecía con sus truenos. Estos dioses-humanos no tenían el menor interés por los seres humanos. Eran el reflejo (superlativo) de los apetitos, y las pasiones más bajas y reprimidas de los humanos que los crearon (generalmente hombres de poder).  A esos dioses no se los servía por amor, sino estrictamente por conveniencia. Los sacerdotes paganos decían por ejemplo, que si sacrificaban a Zeus 10 guerreros éste absorbería el espíritu y el poder de estos guerreros y así lucharía mejor contra sus enemigos, los Titanes. A cambio de este sacrifico, Zeus quizás haría llover en Atenas o haría caer un rayo sobre los enemigos de los griegos.
Esta brevísima ilustración demuestra lo que era la Abodá Zará y nos ayuda a comprender un poco mejor la magnitud de la revolución que llevó a cabo Abraham Abinu, quien vivía entre pueblos que, tanto ellos como sus dioses, eran muchísimo más primitivos y salvajes que los griegos.
La lucha contra el antropomorfismo que inició Abraham Abinu fue sin duda la revolución más importante en la historia del pensamiento humano. Y como era de esperar, provocó muchísimas reacciones en su contra.
Todos conocemos el Midrash que cuenta que Abraham destruyó fisicamente los ídolos de su padre Téraj. Hay que comprender también que la misión iconoclasta de Abraham fue mucho más lejos. Con una sola idea, la idea que HaShem, el verdadero Di-s, no tiene imagen, ni forma, ni necesidades, ni rasgos humanos, ni semejanza alguna con los humanos, desbarató las mentiras de los idolatras, desenmascaró a sus líderes y destruyó los fundamentos de todas las civilizaciones paganas, desde los tiempos de Abraham hasta nuestros días.   
Continuando con este principio, que HaShem no posee cuerpo ni tiene semejanza con los humanos, explicaremos BH la próxima semana qué significa que le hombre fue creado a imagen y semejanza de Di-s.

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PRINCIPIO 2: Monoteísmo vs Sincretismo

אני מאמין באמונה שלמה, שהבורא יתברך שמו, הוא אחד ויחיד
En esta columna estamos analizando uno por uno los 13 principios de la fe judía. Anteriormente vimos  el primer principio: Creer que Dios existe. El segundo principio, monoteísmo, consiste en creer que Dios es UNO.
El monoteísmo incluye también otro elemento muy importante, que está explícitamente indicado en el Segundo de los Diez Mandamientos: «No tendrás otros dioses delante de Mí».
Este elemento, exclusividad, es la forma en que el pueblo judío practicó el monoteísmo desde el comienzo.  Y en este sentido, el monoteísmo fue quizás el valor que más protegió al pueblo de Israel durante su larga historia. Y también el que más caro le costó…
Para comprender con más profundidad estos dos ángulos del monoteísmo, debemos primero entender qué es el «sincretismo». En la antigüedad era muy común que los pueblos lucharan permanentemente unos contra otros.  Había muy pocos períodos de paz. Mucho, muchísimo menos, de lo que hay ahora. Los imperios se levantaban sobre las ruinas de otros imperios, y trataban continuamente de conquistar a todos los pueblos a su alrededor. Este tipo de guerras de conquista era la forma que los imperios o los pueblos poderosos se enriquecían: especialmente con los impuestos que cobraban a los pueblos conquistados, los esclavos que conseguían, etc. Cuando un pueblo conquistaba a otro, aparte de cobrarles altísimos impuestos también imponían su religión, sus dioses. Pero, cuando imponían sus dioses no demandaban que el pueblo sometido se deshiciera de sus ídolos locales. Simplemente exigían que ahora sirvieran también o en primer lugar, a los dioses de ambos pueblos. Esto era extremadamente común y nadie lo veía mal. ¿Qué diferencia existe entre servir a 5 o a 10 dioses?  Servir nuevos dioses no era sólo la prerrogativa de los derrotados. Así, cuando los asirios conquistaron a los fenicios, impusieron a su dios Marduk, pero también adoptaron al dios fenicio Melkart, que estaba de moda en todo el mediterráneo.
A este fenómeno, servir simultáneamente a dioses de dos religiones diferentes, se lo conoce como «sincretismo».
El sincretismo también era muy común cuando dos o más pueblos querían forjar una alianza para unirse contra un enemigo común. Adoptar a los dioses de otros pueblos, sin renuncias a los propios, era un gesto de amistad entre los pueblos.
El sincretismo era la norma aceptada entre todos los pueblos del mundo, con una sola excepción: Israel.
El monoteísmo de la Torá no solo se opone al politeísmo, sino también al sincretismo.   Cuando Alejandro Magno conquista Yehudá, allá por el año 350 aec, demandó, como lo más natural que los Yehudim colocaran una estatua de Zeus en su Templo. Y no podia entender cómo y por qué los Yehudim estaban dispuestos a sacrificar sus vidas antes de aceptar a Zeus. Al fin y al cabo, razonaba Alejandro, ¡no les estamos exigiendo que dejen de servir a su Dios, sólo debían aceptar un dios adicional, como lo hace el resto del mundo!
Muchos historiadores dicen que el rechazo al sincretismo que practicaron nuestros padres,  y por el cual estaban dispuestos a entregar sus vidas, contribuyó a crear los primeros sentimientos anti judíos. ¿Por qué? Porque los pueblos del mundo no comprendían que la creencia en un sólo Dios implica también servir a ese Dios en «exclusividad». Entonces, no era de extrañar que los pueblos gentiles nos percibieran como «intolerantes» o «intransigentes».
No conocían el concepto de exclusividad que se desprende del segundo de los Diez Mandamientos. Y sin esta exclusividad el pueblo judío hubiera desaparecido hace ya mucho tiempo atrás. Nuestros valores y principios se hubieran diluido y mezclado con multiples culturas y religiones.  De haber renunciado a la práctica del monoteísmo ח»ו, estaríamos ahora donde están los fenicios, los asirios y los griegos. En los museos de historia antigua.



PRINCIPIO 1: ¿Por qué los judíos creemos en Dios?

אתם עדי, נאום ה’
En su Pirush haMishanyot, Maimónides (1135-1204) formuló los 13 principios de la fe judía.
«El primer principio consiste en creer en la existencia de Dios».En su libro Mishné Tora Maimónides describe la creencia en Dios, en primer lugar,  como «conocer a Dios» (ידיעת ה’).
¿Qué es el conocimiento de Dios? 
Nosotros, el pueblo judío, experimentamos colectivamente la revelación de Dios en el Monte Sinaí, cuando nos fue entregada la Torá y celebramos el pacto (berit) con HaShem. En un sentido absolutamente técnico, nuestro conocimiento de Dios, el saber de Su existencia, se basa en este evento histórico. En este nivel muy básico, nuestra fe en Dios está íntimamente relacionada, y es dependiente, de la fe que tenemos en nuestros antepasados. Es decir: Yo creó en mis padres, que creyeron en sus padres, que creyeron en sus padres, etc. que creyeron en sus padres que experimentaron «personalmente» la revelación de Dios en el monte Sinai.  Esa generación, los que salieron de Egipto, «escucharon» la palabra  de Dios al revelar los 10 mandamientos (ver Shemot-Exodo- cap 19, 20 y 24). 
Algunas reflexiones sobre este punto: Como dice rabbi Yehudá haLevi en su libro «El Cuzarí», ninguna otra nación vivió la experiencia colectiva de la revelación Divina. Otras religiones, según sus propias palabras, se basan en «revelaciones individuales».  El Islam se basa en el testimonio de un solo individuo, Mahoma, quien privadamente recibió el Corán del angel Gabriel. La única persona que presenció la resurrección de Yeshu fue Maria Magdalena. La historiografía cristiana subsiguiente se basa en su exclusivo testimonio. Lo mismo pasó con Joseph Smith (1805-1844), el fundador de la religión Mormona, quien tuvo visiones religiosas privadas. El pueblo de Israel, sin ambargo, presenció la revelación de Dios como pueblo. 600.000 hombres de entre 20 y 60 años de edad, más mujeres, ancianos y niños. Un total de no menos de 3 millones de personas. El Cuzarí explica que ningún pueblo podría «inventar» el haber tenido una experiencia colectiva–y de hecho ninguno lo hizo, a pesar de que este argumento daría más credibilidad a sus creencia–porque seria una invención insostenible: bastaría con que un solo individuo de esa generación la ponga abietamente en duda, para que pierda su valor como testimonio histórico. El pueblo judío es el único que declara haber vivido esa «revelación nacional», que, dicho sea de paso es una afirmación aceptada por todas las demás religiones Bíblicas: Cristianismo, Islam, etc. 
Este evento histórico, al cual llamamos MAAMAD HAR SINAI,  es sólo la base de nuestra fe. Es el primer elemento de «fe» que, según Maimonides, debemos transmitir a nuestros hijos. Es el fundamento sobre el cual se sustentan todos los demás aspectos espirituales y filosóficos de nustra fe.  Así definió el profeta Yeshayahu al pueblo judío (43:10): atem ‘edai, «Ustedes son Mis testigos»; ustedes, el pueblo judío, son el único testigo que presenció Mi existencia.  
El conocimiento de Dios comienza por este fundamento histórico, pero evidentemente no termina allí. La búsqueda de Dios consiste en un largo camino. Y recorrer este camino es la misión existencial del individuo judío. No es un camino fácil, especialmente para quien no se crió en él. Y más en nuestros días, cuando la creencia en la existencia de Dios es cuestionada desde el campo de la biología (evolución), la sicología, la cosmología, la teodicea, la crítica bíblica etc, etc.
En las próximas semanas, BH, abordaremos estos temas en mayor profundidad