MEGUILAT ESTER, CAPÍTULO TRES

VERSÍCULO 1-7
Después de un tiempo, el rey Ajashverosh nombró a un nuevo primer ministro: Hamán, hijo de Hamedata, agaguita. Agag era del pueblo de Amaleq, famoso por haber atacado a los judíos sin motivo cuando salieron de Egipto. Hamán fue investido con los poderes más altos del reino.

Por lo que vemos en el resto de la Meguilat Ester y lo que sabemos de la historia contada por Heródoto, una vez que Ajashverosh regresó derrotado de su frustrada expedición militar a Grecia, ya no quería involucrarse en la política. Ahora solo quería disfrutar de los placeres del reinado y dedicarse a la construcción de obras faraónicas, como las que hizo en Persépolis. Para ello, necesitaba a alguien que se ocupara de la parte política y administrativa de su imperio. Hamán era ese hombre: tenía carácter y mano dura, lo que le servía al rey para afianzar su reinado y, especialmente, para evitar cualquier complot en su contra.

A fin de investir a Hamán con la máxima autoridad, el rey ordenó que todos lo reverenciaran de una manera especial. Todos los ciudadanos del imperio, los ministros y los miembros de la corte real no solo tenían que postrarse ante Hamán —en hebreo hishtajavayá—, lo cual era un acto de respeto muy aceptado en aquellos tiempos, sino que también debían arrodillarse ante él.

«Arrodillarse y luego postrarse» (כריעה והשתחוויה) no era una mera señal de respeto, sino de culto y devoción religiosa, un gesto que en la Biblia Hebrea está reservado solo para Dios. Los Sabios agregan que Hamán portaba un ídolo consigo, del cual recibía su divinidad, como hacían los sacerdotes paganos. Una vez que sabemos todo esto, comprendemos que arrodillarse y postrarse ante Hamán era un acto de idolatría. Por este motivo, Mordejai, que era un miembro de la corte del rey (sha’ar hamelej), rehusó reverenciar a Hamán.

Hay una opinión rabínica no muy conocida que afirma que el rey Ajashverosh, consciente de este problema, eximió personalmente a Mordejai de arrodillarse ante Hamán en consideración a sus principios religiosos. Otras opiniones, en cambio, critican a Mordejai por no haber sido más cuidadoso y sugieren que podría haber renunciado a la corte del rey para no enfrentarse con el dilema de arrodillarse ante Hamán.

En mi opinión, Mordejai estaba siguiendo el ejemplo de Jananía, Mishael y Azariá, quienes 120 años antes, en los tiempos de Daniel, hicieron algo similar durante la inauguración de un ídolo en Babilonia (Daniel, capítulo 3). Cuando todos se arrodillaron, ellos estuvieron dispuestos a dar sus vidas para dar el ejemplo públicamente a los demás judíos de que no debían arrodillarse ante un ídolo.

De cualquier manera, Mordejai asumió que, en el peor de los casos, Hamán lo mandaría ejecutar a él, pero nunca imaginó que se vengaría buscando el genocidio de todo el pueblo judío.

Mordejai tampoco se presentó directamente ante Hamán de forma provocativa para demostrarle que no se arrodillaba ante él, ya que de otra manera Hamán lo habría visto con sus propios ojos. En realidad, lo hizo discretamente. Y tal como ocurrió con los amigos de Daniel, fueron sus enemigos quienes lo delataron ante Hamán.

Al enterarse de esta afrenta, Hamán se enfureció muchísimo. Y, en lugar de denunciarlo ante el rey Ajashverosh, decidió tomar el asunto en sus propias manos.

Lo primero que pensó fue que no era suficiente matar a Mordejai o a su familia. Para que su sed de venganza quedara satisfecha, debía tomar medidas extremas. Hamán decidió entonces eliminar «a todos los judíos del imperio persa», que en esos tiempos eran «todos los judíos del mundo», incluyendo la colonia de 50,000 judíos que vivían en Jerusalem, en ese entonces una provincia más del imperio persa. Era la solución final, concebida nada menos que por un descendiente de Amaleq.

Lo primero que hizo Hamán fue elegir una fecha propicia para llevar a cabo esta masacre. Los persas consultaban constantemente a sus oráculos astrológicos para determinar cuáles eran los días más auspiciosos para sus planes y cuáles no. Según algunos historiadores, el oráculo astrológico consistía en una tabla con los nombres de los meses y otra con los números de los días. Hamán arrojó una piedrita o una gema especial —que en idioma persa se llamaba pur («piedrita de la suerte»)— en un tablero con los nombres de los meses, y esta cayó en el mes de Adar. Luego arrojó otra piedrita y cayó en el número 13. Así, fueron dos piedritas (purim, plural de pur) las que determinaron el día 13 del mes de Adar. Corría el año 12 del reinado del rey Ajashverosh. Ahora Hamán tenía que convencer a Ajashverosh de que firmara el decreto para la «solución final».

VERSÍCULOS 8 – 9

Por lo que se deduce del texto de la Meguilá, lo que dice —y especialmente lo que omite— el texto, la estrategia de Hamán para convencer al rey Ajashverosh constaba de cuatro puntos.

En primer lugar, minimizar el evento y definitivamente no discutirlo abiertamente en una reunión formal. Por eso, Hamán no solicitó al rey una audiencia para presentar su plan, como hizo Ester cuando quería hablar con el rey. Yo imagino que Hamán habrá aprovechado algún momento casual e informal, por ejemplo, luego de una larga y cansadora reunión, cuando el rey ya estaba de pie, cansado o apurado para ir a su próximo evento, y allí, en los pasillos del palacio, Hamán quería conseguir un descuidado «sí» del rey.

En segundo lugar, Hamán nunca mencionó que quería eliminar a los judíos. Hamán le propuso al rey la destitución de un pueblo: que está esparcido por todo el imperio —es decir, que no tenía el poder para sublevarse o separarse del imperio—, que no sigue las leyes del rey sino sus propias leyes, y que no aporta ningún beneficio al rey. De acuerdo con el Malbim y muchos otros comentarios, el rey Ajashverosh nunca supo que el decreto de Hamán se refería a los judíos.

El tercer punto es que Hamán no especificó que quería “matar” a los miembros de ese pueblo, algo que habría llamado la atención del rey. Hamán usa una palabra ambigua: leabedam, “destituirlos”. Destitución puede significar eliminar, pero también puede significar esclavizarlos, destruirlos económicamente confiscando sus bienes o exiliarlos (en el Shema Israel esta misma palabra va-abadtem meherá significa exiliarse).

El cuarto punto tiene que ver con el dinero. No solo que Hamán no le solicita al rey dinero para este proyecto, sino que le ofrece al rey una suma importantísima: 10,000 lingotes de plata que serán confiscados en esa operación y llegarán a las arcas reales.

VERSÍCULOS 10-15

Para la sorpresa —y la alegría de Hamán— el rey Ajashverosh no pidió leer el texto y no hizo preguntas. Con una total despreocupación e irresponsabilidad —negligencia agravada—, el rey se quitó el anillo con el que firmaba sus decretos, se lo entregó a Hamán y le dijo: «Haz lo que quieras con ese pueblo y quédate con el dinero».

El plan de Hamán había funcionado mejor de lo que esperaba.

Ahora Hamán, con el anillo real en sus manos, hace llamar a los escribas del rey y les dicta lo que tienen que escribir. Aquí el rabino Moshé Almosnino nos abre los ojos a un punto muy importante. Hamán redactó el edicto con dos textos diferentes. En el primero, Ketab Hadat, solo decía que todos los ciudadanos del imperio se deben preparar para algo importante que ocurrirá el día 13 de Adar (Save the date להיות עתידים ליום הזה) sin más detalles.

El segundo escrito, Patsheguen haKetab, es la letra pequeña que explica exactamente lo que Hamán quería hacer: «En el día 13 de Adar, los judíos del imperio persa serán destruidos y asesinados, y sus bienes serán confiscados. Los jóvenes, ancianos, niños y mujeres del pueblo judío serán asesinados en el día 13 del mes de Adar».

El edicto fue firmado el 13 de Nisán y fue enviado a las 127 provincias del imperio a través de los jinetes del correo real, con carácter de urgencia. También fue traducido a todos los idiomas que se hablaban en el imperio.

En Shushán, para evitar que el rey se enterase del decreto de Hamán, solo se envió el primer texto, el Ketab Hadat (Save the date), que no mencionaba ningún genocidio.

Y así, este capítulo concluye contándonos que Hamán y el rey Ajashverosh se sentaron tranquilamente a disfrutar de un banquete, mientras que los ciudadanos de Shushán, judíos y no judíos, quedaron confundidos y perplejos al escuchar la misteriosa proclamación que invitaba a reservar la fecha del 13 de Adar.