TENER UN HIJO… O DOS…
La parashá Toledot nos cuenta que nuestro segundo patriarca, Isaac, rezó para que su esposa, Ribká, quien era estéril, pudiera concebir. Dios respondió a sus oraciones, y Ribká quedó embarazada. A través de una revelación profética, Ribká supo que esperaba mellizos, quienes se convertirían en fundadores de dos naciones: «uno se impondrá al otro, y el mayor servirá al menor». Cuando dio a luz, el primer bebé nació cubierto de cabello, y lo llamaron Esav. El segundo nació agarrado al talón de su hermano (‘eqeb), por lo que lo llamaron Ya’aqob.
¡VIVA LA DIFERENCIA!
Los niños crecieron y sus vidas tomaron caminos diferentes: Esav se convirtió en un cazador, mientras que Ya’aqob “habita en la tienda”, es decir, pasaba más tiempo en casa que en el campo. Las personalidades de estos mellizos eran muy distintas. Estas diferencias nos enseñan una lección importante sobre la crianza de los hijos: a pesar de tener los mismos padres, la misma carga genética y una educación similar, los niños pueden tener un carácter completamente diferente o incluso opuesto. La Torá también nos revela que Isaac prefería a Esav, mientras que Ribká amaba más a Ya’aqob.
¿PRESENTE O FUTURO?
Un día, Esav volvió agotado de cazar. Al ver que Ya’aqob estaba cocinando un guiso de lentejas, le pidió un plato. Ya’aqob accedió, pero a cambio pidió la primogenitura de Esav. Este aceptó. Antes de darle el guiso, Ya’aqob le ofreció pan, para que Esav, al estar satisfecho, pudiera reflexionar y reconsiderar su decisión. Sin embargo, a Esav no le importó el futuro y sacrificó su primogenitura por un placer inmediato. A diferencia de Esav, Ya’aqob representa la idea de hacer sacrificios en el presente –estudiar, ahorrar, esforzarse– para garantizar un mejor futuro.
ISAAC EN GUERAR
Una hambruna azotó la tierra de Canaán, y Isaac trasladó a su familia a Guerar, gobernada por el rey filisteo Abimelej. Dios le ordenó a Isaac que no fuera a Egipto, convirtiéndolo en el único de nuestros patriarcas que nunca abandonó la tierra de Israel. En Guerar, cuando los hombres del lugar preguntaron por su bella esposa, Ribká, Isaac dijo que era su hermana por miedo a ser asesinado. Sin embargo, Abimelej descubrió la verdad y lo reprendió por el engaño.
Superado este incidente, Isaac prosperó económicamente en Guerar, pero los filisteos, envidiosos de su éxito, lo obligaron a irse. Isaac cavó varios pozos en los alrededores y encontró agua, pero los pastores filisteos reclamaron esos pozos y los destruyeron. Finalmente, Isaac se estableció en Be’er Sheba, donde hizo un pacto de no agresión con Abimelej.
DIME CON QUIÉN TE CASAS Y TE DIRÉ QUIÉN SERÁS…
Volviendo a los hijos de Isaac y Ribká, Esav, desobedeciendo los valores familiares, se casó con dos mujeres hititas, algo equivalente a casarse con mujeres no judías en la actualidad. Esta decisión causó un profundo sufrimiento a sus padres.
Cuando Isaac envejeció y llegó el momento de bendecir a sus hijos, acto que incluía asignar el liderazgo espiritual para continuar el legado de Abraham, llamó a Esav y le pidió que fuera a cazar y preparara una comida. Así, Isaac le daría esta bendición antes de morir. Ribká, al escuchar esto, ideó un plan para que Ya’aqob recibiera la bendición: ella preparó la comida, y Ya’aqob, disfrazado con la ropa de Esav, se la llevó a su padre. Isaac, quien estaba ciego, no lo reconoció y bendijo a Ya’aqob.
Cuando Esav regresó y descubrió lo sucedido, juró matar a su hermano. Ribká, temiendo por la vida de Ya’aqob, le aconsejó que se refugiara en casa de su familia en Harán, Siria, hasta que el enojo de Esav se calmara.
Antes de partir, Isaac despidió a Ya’aqob y, esta vez, lo bendijo conscientemente con la bendición de la tierra de Israel y la continuidad del legado de Abraham.