Héctor Timerman y los límites de mi compasión

ESCRITO EN ENERO DE 2018
”La decisión deliberada de encubrir a los imputados de origen iraní (…) fue tomada por la cabeza del Poder Ejecutivo Nacional, la Dra. Cristina Elisabeth Fernández de Kirchner, e instrumentada principalmente por el ministro de Relaciones Exteriores y Culto de la Nación, Sr. Héctor Marcos Timerman” (Fiscal Alberto Nisman, z”l)
Soy judío. Soy rabino. Soy argentino. Vivo en Nueva York hace más de 15 años. En 1994 vivía en Buenos Aires. Y el ataque a la AMIA me tocó muy profundo. Estuve allí en Pasteur el martes 19 de julio, como muchos otros voluntarios, sacando escombros con la ingenua esperanza de encontrar sobrevivientes. Durante una semana o diez días estuve entrando y saliendo de ese tristemente inolvidable subsuelo de la calle Ayacucho, junto a cientos de familiares que no se movían de allí a la espera de la noticia de la aparición con vida de sus seres queridos. Vi, viví, lloré y sufrí la esperanza que con las horas se iba desvaneciendo, la desesperanza que se hacía desesperación, y el desenlace que nunca tuvo un final feliz. Me tocó hacer lo más difícil y doloroso que hice en mi vida: informarle a una joven esposa y madre que habían encontrado el cuerpo sin vida de su marido…. Perdí a dos personas muy cercanas: Carlos Hilu, z”l, junto a quien había rezado y llorado por la destrucción de Jerusalem el día anterior al atentado, el 9 de Ab, y a mi amigo y compañero Javier Tenembaum, z”l, quien tanto me ayudó en momentos muy difíciles.
Ayer, cuando leí que un juez había excarcelado el ex canciller Hector Timerman “por razones humanitarias”, todos esos recuerdos, una vez más, cruzaron por mi mente y atravesaron mi corazón. Y me pregunté: ¿Por qué será que no puedo sentir lástima por este individuo? ¿Por qué siento que no puedo perdonarlo, aunque sea en mi corazón, ni siquiera en esa situación “humanitaria”?
La Torá, la Biblia hebrea, nos educa a ser sensibles y compasivos. Nos indica asistir a los pobres, ayudar a los que sufren, defender a las viudas, proteger a los huérfanos y aliviar a los enfermos. Y también nos enseña a perdonar. Los judíos no solo perdonamos una vez al año, en Yom Kippur, un día enteramente dedicado al perdón. Siguiendo una tradición Talmúdica de 2.000 años de antigüedad, cada noche antes de dormir pronunciamos una oración “Ribbonó shelOlam…”  en la que declaramos nuestro perdón unilateral a todos los que nos pudieron haber dañado u ofendido en lo personal. ¿Cómo se hace para perdonar? Poniéndose en el lugar del otro. Me explico. Cuando un vecino me ofendió, para poder perdonarlo, debo asumir que se equivocó. Y cuando asumo que se equivocó, me doy cuenta que a mí me podría pasar lo mismo. Es concebible que en una mala mañana yo lo hubiera ofendido a él. Puedo perdonar a mi vecino porque su error o su ofensa es concebible. Hay ofensas que son consideradas menores, y por lo tanto perdonables, cuando resulta concebible que yo mismo, en un muy mal día, las pudiera repetir.
Por el otro lado, la Torá también indica muy claramente que en ciertos casos perdonar es inmoral. Cuando el pueblo judío salió de Egipto fue atacado por Amaleq. Lo de Amaleq no fue un enfrentamiento frontal de soldados contra soldados. Fue un ataque traicionero, a civiles desarmados. Amaleq atacó deliberadamente a los más débiles: ancianos, mujeres y niños, que estaban al final de la larga masa humana israelita, porque tenían dificultad de mantener el ritmo de los que estaban sanos y caminaban más lento. Lo de Amaleq no fue un ataque militar, fue un ataque terrorista.  Y en este caso el texto Bíblico dice sin ambigüedades: (Deut. capítulo 25): “Recuerda lo que to hizo Amaleq…. no lo olvides”. Lo que hizo Amaleq representa un tipo de ofensa que no se puede olvidar, y mucho menos perdonar, porque es moralmente inconcebible.
Un acto de terror no se puede perdonar. O ayudar a encubrir. Si lo hacemos, la agresión sufrida se transforma en concebible, el perdón en una especie de justificación. Y así, hasta alentamos a que se repita.
Tener compasión por un terrorista, por sus cómplices o encubridores, equivale a justificarlos. Validarlos, aunque sea de una forma subliminal. Perdonar el terror equivale a concebir que yo, hoy víctima, puedo verme a mí mismo actuando mañana como victimario. Por eso, este tipo de compasión o perdón resulta moralmente inaceptable.
¿Qué es perdonable? Lo concebible. Una ofensa que, por un error de criterio, uno mismo podría llegar a cometer.  Pero un crimen deliberado, o algo tan malo, una acción con la que me resulta imposible identificarme con el agresor, no se puede perdonar. NO solo es inmoral. Es también peligroso. Que expande obscenamente los límites de lo aceptable.  Y las consecuencias, como la historia lo ha demostrado, pueden ser impredeciblemente nefastas.
Un ejemplo. El rey Saúl, en un momento de su reinado, tuvo compasión por Amaleq —el asesino de víctimas civiles. Saúl se “apiadó” de Amaleq y lo perdonó. Unos años más tarde, cuando Saúl perseguía al rey David, se ensañó contra un pueblo de sacerdotes, Nob a los que acusó injustamente de haber protegido a David… y los hizo degollar. ¿Cómo es posible que el “piadoso» rey Saúl, que tuvo compasión de Amaleq, haya sido capaz de asesinar a sangre fría a 85 sacerdotes desarmados, a sus mujeres y a sus hijos (I Samuel, capitulo 22)?.
Los Sabios del Talmud respondieron así: El rey Saúl perdonó a Amaleq, y al final terminó actuando como Amaleq. Dicho de otra manera, Saúl se transformó en Amaleq porque para perdonarlo, subconscientemente, tuvo que identificarse con Amaleq.  Basados en este trágico precedente los Sabios de Israel explicaron por qué uno debe acatar los límites de la compasión y del perdón: “Todo el que se apiada de las personas crueles, termina siendo cruel con las personas piadosas”.
Mientras no perdonemos al terrorismo, a la alta traición y al encubrimiento deliberado del crimen, nuestra moralidad se mantendrá firme. Y viceversa.
Rabino Yosef Bittón