martes, octubre 15, 2024
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Una cuarentena de 12 años

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LA INICIACION MISTICA

Ribbí Shimón era un Sabio del tiempo de la Mishná (aproximadamente, año 150 de la era común) . Estaba más conectado con el mundo Divino que con el terrenal.  Para Ribbí Shimón no había nada más importante que el estudio de la Torá. La Torá es la conexión más tangible con el Creador. Compenetrarse con la Ley Divina era para Ribbí Shimón la forma más directa de conectarse con Dios, el propósito excluyente de nuestras vidas. Ribbí Shimón una vez explicó que la razón por la cual Dios no condujo al pueblo de Israel directamente hacia a la tierra prometida cuando los rescató de Egipto no fue porque no estuviesen preparados para la guerra, sino porque el Creador quería que los judíos tuviésemos la oportunidad de estar más tiempo en el desierto, alimentados con el maná –un alimento que caía del cielo– y así, sin preocupaciones materiales, pudiéramos dedicarnos exclusivamente a la Torá. ¡El ideal de Ribbí Shimón era vivir en los tiempos del maná!.  

UN SUEÑO CUMPLIDO

Y Ribbí Shimón Bar Yojai vio cumplido su sueño de una forma inesperada e involuntaria.  Luego de hablar críticamente de los romanos fue sentenciado a muerte. Tuvo que escaparse a una cueva, escondida en las montañas de Merón, donde vivió con su hijo por 12 años. En esa larguísima cuarentena sobrevivió comiendo semillas de algarrobo y tomando agua de un manantial. La Guemará atribuye la presencia del algarrobo y del manantial a un acto Providencial. Era lo más parecido a recibir el maná del cielo.  De más esta decir que la aspiración a dedicarse exclusivamente al estudio de la Torá implicaba un renunciamiento a todo confort material. Vivir con un minimalismo extremo. Era parte de un paquete que Ribbí Shimón bar Yojai aceptaba con gusto.   

LA REPROGAMACION  

Durante todo ese tiempo Ribbí Shimón se dedicó a estudiar con su hijo El’azar.  Hasta que le fue anunciado que podía salir de su confinamiento y regresar a la vida normal. Irónicamente, regresar a la vida normal fue lo más difícil para Ribbí Shimón.  Al principio, criticaba todo lo que veía, porque no toleraba, por ejemplo, ver que la gente interrumpiera su estudio para dedicarse al trabajo. Una voz Divina lo reprimió y le ordenó regresar a la cueva por doce meses más. Ribbí Shimón y su hijo Ribbí El’azar tenían que “reprogramarse”.  Cuando salió de la cueva por segunda vez Ribbí Shimón había aprendido la lección que él mismo alguna vez había enseñado: ראיתי בני עלייה והן מועטין  , “He visto que los individuos que ‘viven en las alturas’ [=en un estado de elevación espiritual permanente] son muy pocos”.   Ribbí Shimón se dio cuenta que a las personas comunes les era muy difícil mantener una relación ininterrumpida con Dios, como la que tenían él y su hijo. Ribbí Shimón se dio cuenta que él no era la regla sino la excepción. Y se volvió más tolerante hacia los demás.La experiencia de ir a la cueva por segunda vez lo transformó. Y una vez que llegó a la ciudad, Ribbí Shimón Bar Yojai se acercó a la gente, comenzó a ayudar a los demás y encontró en lo mundano una segunda forma de servir a Dios: ayudando a los demas. .      

CRECER EN UNA CUEVA 

Ribbí Shimón Bar Yojai falleció en Lag laOmer y es una costumbre muy aceptada celebrar su partida de este mundo. ¿Por qué? Porque hay mucho que aprender de Ribbí Shimón Bar Yojai. 

Por ejemplo. 

Si bien en la cueva Ribbí Shimón representa un ideal utópico e inalcanzable, reflejarnos en ese super-hombre nos motiva a redescubrir nuestro propósito existencial. No se puede vivir sin pensar en el sustento. Pero tampoco se puede estar arraigado solo a lo terrenal. La historia de Ribbí Shimón nos recuerda que podemos estar peligrosamente atrapados en una sociedad en la que lo urgente no deja tiempo para lo importante. 

Cuando Ribbí Shimón sale por segunda vez de la cueva alcanza el delicado balance. En el judaísmo hay una gran diferencia entre el hombre elevado y el que vive en las nubes. El ideal está representado por el sueño de Yaakob Abinu: subir la escalera que lleva al cielo y luego descender. Ascender a las alturas de la Torá para luego bajar, trayendo algo del cielo – lo que aprendimos, lo que absorbimos-  y compartirlo con el resto de la sociedad.

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