domingo, septiembre 24, 2023
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VAYIJI: Prepararse para morir

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VIVIR COMO MORTALES

La idea de la muerte siempre me fascinó. En mi adolescencia, adquirir conciencia de mi propia mortalidad y su irremediable inevitabilidad, me hizo pensar más profundamente en la vida y en el propósito de mi existencia. Lejos de darme miedo, la idea de que somos mortales, fue lo que indirectamente me acercó más al Creador y a la Torá.  Fue la explicación de Ribbi Meir (טוב מות) sobre cómo la mortalidad le confiere  «finalidad»  la vida, y a una invaluable metáfora de Borges –en el cuento “Los Inmortales”– que profundiza sobre la diferencia las horas (o los días) y las monedas. Las monedas son idénticas, unas y otras, son reemplazables, intercambiables, completamente recuperables. El tiempo, sin embargo, no se puede recuperar ni reemplazar. Las horas o los días no son iguales, porque a diferencia de las monedas, los días expiran, «fallecen».  Un día que pasó es un día que murió. Que no se repetirá y no volverá jamás. 

LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL TIEMPO

Podemos corregir muchos errores y faltas. Si tomamos plata ajena, por ejemplo, eventualmente, la podemos reemplazar.    Pero no hay forma de compensar por el tiempo perdido. Es imposible rectificar un día malgastado. Tomando prestada una metáfora bíblica, זה ספר תולדות אדם , nuestra vida es como un libro, un cuaderno que escribimos –que se escribe solo, como dice en «unetne toquef» — con cada acción que realizamos. Muchos libros están llenos de páginas con defectos, errores que hacemos una y otra vez. Pero si hacemos Teshubá, si nos arrepentimos, los podemos corregir, enmendar.  Un cuaderno con correcciones, no es un cuaderno malo.  El cuaderno «terrible» es el que tiene muchas páginas «vacías». Días, semanas y meses que están en blanco, porque no hicimos nada relevante que valiera la pena registrarse en nuestro libro de la vida. Creo que no hay peor forma de enfrentar la muerte morir que sintiendo que nuestra vida fue  un cuaderno vacío. Que desperdiciamos tiempo en sobrevivir y nos olvidamos de vivir con sentido.  Esa es la única muerte que nos debería horroriza. La que llega luego de una vida en vano.

LA MUERTE CON OJOS EGIPCIOS 

La Parashá de esta semana está dedicada principalmente a la descripción de la muerte de nuestro patriarca Jacob. El énfasis del relato bíblico,  juzgando por la cantidad de versículos que la Torá dedica a cada tema, está enfocado en la conmoción y el duelo que se vivió en Egipto cuando muere el padre de Yosef; en las delicadas negociaciones entre Yosef y el Faraón para que su padre pudiera ser enterrado en la tierra de Israel, tal como lo había solicitado  antes de morir, en la preservación, la momificación y el traslado del cuerpo de Jacob; su funeral; el impresionante cortejo que lo acompaño y su monumental entierro.  Del momento de su muerte, el texto bíblico habla poco.  Pero el Midrash lo compensa con muchísima profundidad, belleza y realismo.  Dejando en claro que la vida de Ya’akob Abinu fue absolutamente significativa, y así, enfrentaba a su muerte sin miedo.

MORIR SATISFECHO 

La Torá nos cuenta que en el momento de su muerte, nuestro patriarca estaba en su cama, plenamente consciente, y rodeado de sus hijos y posiblemente sus nietos, bisnietos. Estar consiente los últimos momentos de la vida es un “privilegio” al cual hoy en día la mayoría de los pacientes no pueden acceder.  La medicina moderna en su afán por alargar la vida y disminuir el dolor, hace que sean muy pocos los pacientes que «expiran» conscientes, alerta hasta el final, y rodeados de sus seres queridos en lugar de estar rodeados de máquinas tubos y cables.  (sobre este delicadísimo tema recomiendo el libro”Being Mortal” del Dr Atul Gawande).   El Midrash enriquece la descripción de la muerte de  nuestro patriarca aportando un detalle muy hermoso.   Antes de morir, Ya’aqob quiso asegurarse que todos sus hijos seguían su camino: que eran, y seguirían siendo,  leales al pacto de Abraham, que ninguno había abandonado ni pensaba abandonar la senda del Todopoderoso. No lo podemos culpar a Ya’aqob por sus sospechas. Abraham e Yitzjaq tuvieron hijos que se alejaron de la senda de sus padres y se asimilaron a las familias de sus esposas.  En los últimos minutos de su vida, con las últimas fuerzas que le quedaban, Ya’aqob le pregunta a sus hijos –necesita saber –si seguirán su camino. Los Sabios reconstruyen ese profundo diálogo final entre el padre moribundo y sus hijos:   Jacob les pregunta si tiene alguna duda sobre la existencia de Dios, único e invisible, Creador de los cielos y la tierra.     La respuesta de sus hijos no pudo ser mejor. : “SHEMA ISRAEL HASHEM ELOQENU HASHEM EJAD”.  “Escucha Israel [nuestro padre, el nuevo nombre de Jacob. Todos nosotros, tus hijos, afirmamos que ] HaShem es nuestro Dios, y que HaShem es uno” . 

LA MUERTE QUE NO DA MIEDO

Jacob, en su lecho de muerte, termina su vida escuchando de la boca de sus hijos la declaración oficial de los principios judíos, que es también la promesa de lealtad al judaísmo que sus descendientes expresamos diariamente.  En ese momento Jacob se da cuenta que sus permanentes dificultades y sufrimientos –147 años de lucha literalmente desde el vientre materno–no habían sido en vano.   En sus últimos minutos de vida Yaaqob se da cuenta de que su familia, “los hijos de Israel”, unidos física y espiritualmente,  están ahora preparados para el próximo paso: transformase en el pueblo de Israel. Los Tsadiqim, los hombres y mujeres justos, se preparan toda su vida para morir así. Para dejar este mundo con la incomparable satisfacción existencial de sentir que su vida no ha sido en vano.

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