martes, octubre 15, 2024
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¿Cómo provocar la resistencia judía?

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ANTIOJUS Y LA HELENIZACIÓN

Después de la muerte de Alejandro Magno en 323 a.e.c., el imperio griego se propuso imponer su cultura helénica a todos los pueblos conquistados. Lo hicieron de manera pacífica , y no por la fuerza, como lo habían hecho otros imperios en el pasado, y a través de la persuasión tuvieron tanto éxito que causaron la desaparición de todas las religiones del imperio. Este proceso de adopción voluntaria de la cultura griega es conocido como «helenización» y también afectó a los judíos. Los que vivían fuera de Israel, en Alejandría, por ejemplo, fueron los que más rápido se asimilaron y comenzaron a practicar lo que algunos historiadores describen como un «judaísmo helénico», una combinación de algunas ideas judías «humanistas», despojada de rituales bíblicos, junto con elementos de la cultura helénica. Esta nueva forma de judaísmo-helénico se transformó en la nueva religión de muchos judíos de la diáspora. Los judíos de Israel, sin embargo, se mantenían fieles a sus tradiciones. Pero la llegada al poder del nuevo emperador Antiojus (Antíoco) Epífanes en 215 a.e.c. empeoró la situación de estos judíos ya que Antiojus quiso imponer el helenismo por la fuerza. La presión fue tan grande, que muchos judíos se asimilaron por completo al helenismo. Como sucedió muchas veces en la historia de nuestro pueblo, la asimilación religiosa no provenía desde un lugar teológico sino social: no existía una atracción hacia los valores griegos, sino que los judíos querían asimilarse ya que estaban desesperados por ser plenamente aceptados por los griegos, a quienes miraban con admiración. Y los rituales religiosos judíos eran una barrera para la integración social a la atractiva cultura griega, que era tan influyente como la cultura de Hollywood en EEUU y en el mundo entero el día de hoy.

¡QUEREMOS INTEGRACIÓN!

Veamos algunas ilustraciones. El Kashrut (kosher), que es la estricta dieta religiosa judía, creaba muchos obstáculos y barreras sociales, limitando la integración de los judíos asimilados con los ciudadanos griegos. Si la mesa no se podía compartir con los vecinos gentiles, no se podría esperar que los gentiles aceptaran a los judíos como sus pares. Y probablemente los gentiles no estarían dispuestos a casar a sus hijas con los jóvenes judíos. La práctica del Kashrut, entonces, comenzó a decaer.  Se la mostraba como algo primitivo y negativo.   Los judíos asimilados justificaban su abandono del judaísmo afirmando que «para sobrevivir, el judaísmo tenía que modernizarse«. Con este slogan , también el Shabbat y la circuncisión debían eliminarse porque se consideraban obsoletos. Eran rituales que causaban división. En este punto hay algo importante que debe ser aclarado. Todo este proceso de asimilación ocurría principalmente en las ciudades, especialmente en las zonas mixtas donde vivían judíos y no judíos. Los judíos más pobres, los campesinos que residían en pueblos y aldeas, estaban aislados de la influencia y de las presiones sociales de la sociedad gentil y seguían permaneciendo fieles a la Torá.

LAS REFORMAS DE JASON Y MENELAO

Sabiendo que algunos judíos todavía eran reacios a abandonar sus prácticas religiosas, Antiojus Epífanes se dispuso a helenizar a los judíos de las zonas rurales por la fuerza. ¿Por qué? Era una cuestión de principios. Aunque eran pocos y discretos, los judíos que aún observaban la Torá eran, prácticamente hablando, «los únicos ciudadanos del imperio griego que rechazaban abiertamente el helenismo». Antiojus buscó aliados entre los mismos judíos, aquellos que ya se habían helenizado voluntariamente y nombró como Sumo Sacerdote del Templo de Jerusalem, es decir, como representante máximo de la religión judía, a un judío asimilado y fácilmente corruptible: Jasón (175 a.e.c.). Más tarde, lo reemplazó por otro sacerdote que fue todavía más corrupto: Menelao (171 a.e.c ). Estos nuevos «sacerdotes» que estaban a cargo del Templo de Jerusalem lideraban la reforma del judaísmo. Jasón, por ejemplo, encabezó una delegación de judíos asimilados que, en lugar de asistir al servicio Bet haMiqdash en Shabbat, fueron al estadio olímpico para ver y participar en los juegos y competiciones. No solo la práctica ritual judía estaba siendo reformada. También los principios y creencias religiosas estaban sujetos a reformas por parte de estos falsos sacerdotes. El monoteísmo judío no fue la excepción. Los reformadores querían adaptar el principio judío más elemental, el monoteísmo, y fue así que formularon reglas religiosas más flexibles y como se dice hoy, más inclusivas, que reconocieran a los dioses griegos, para entonces aceptar que todos, judíos y no judíos, ofrecerían sacrificios a sus dioses en el Gran Templo de Jerusalem. Los sacerdotes corruptos argumentaban que el ”fanatismo” monoteísta era cosa de los antiguos judíos, y que si la práctica judía no se reformaba, los judíos iban a herir la sensibilidad de los griegos. Los judíos, argumentaban los asimilacionistas, también debían ser más «tolerantes» y ofrecer sacrificios al Dios de Israel de una manera un poco más griega. Por ejemplo: sacrificar también animales que se usaban en los ritos griegos. Esto llevó a Menelao, en nombre el nuevo multiculturalismo, a profanar el altar judío de una manera extrema: en el año 170 a.e.c este «sacerdote judío» ofreció un cerdo como sacrificio en el Bet haMiqdash.

¿CÓMO PROVOCAR LA REBELION JUDIA?

Aunque muchos judíos seguían siendo leales a su fe, eran cada vez más los que por las tremendas presiones sociales adoptaban la religión  de los griegos. Pero en el año 169 a.e.c. tuvo lugar un evento providencial, un milagro, que cambiaría el curso de la historia judía. Antiojus Epífanes perdió la paciencia. Se ensañó contra los pocos judíos que aún rechazaban la asimilación, y decidió que era hora de dejar de ser amable, gentil y persuasivo con esos “obstinados campesinos” que se resistían al cambio y decretó entonces de manera oficial la prohibición de la práctica judía. Y ordenó a sus ejércitos que hicieran cumplir estas leyes imponiendo la pena de muerte para aquellos que practicaran el judaísmo.

La actitud de Antiojus, sin embargo, tuvo un efecto contrario a lo que él quiso lograr. Esta asimilación por decreto despertó el orgullo judío, incluso en aquellos que, tal vez inconscientemente, se estaban asimilando sin darse cuenta.

Involuntariamente, Antiojus provocó lo que más tarde se conoció como la rebelión armada de los Jashmonayim, que lucharon no solo contra los griegos sino también contra los judíos que habían liderado el movimiento asimilacionista.

Dice el rab Melamed que si Antiojus Epífanes no hubiera perdido la paciencia, la asimilación de los judíos habría continuado sin resistencia, la rebelión contra el imperio griego nunca hubiera sucedido, y el pueblo judío ח”ו quizás no se hubiera recuperado nunca más de la asimilación. Podría haber desaparecido para siempre, integrándose al imperio, como sucedió con todas las demás religiones y civilizaciones de la antigüedad.

«La impaciencia de Antiojus» fue absolutamente providencial y debería considerarse como uno de los milagros de Janucá.

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